Opinión
Por Claudia Sepúlveda , 10 de octubre de 2021

¡Le tengo terror a mi jefe!

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A menudo sucede en el trabajo que el jefe confunde el ejercicio del liderazgo con el uso de un autoritarismo desmedido y abusivo, una conducta que contribuye a generar un pésimo ambiente laboral al interior de las organizaciones.

Cuando un individuo utiliza el autoritarismo en las relaciones laborales e interpersonales como una forma de ejercer su autoridad, lo que hace, es imponer su voluntad en ausencia de un consenso que haya sido construido de manera participativa, lo que da como resultado un orden social opresivo, tóxico y carente de libertad y autonomía.

Si su jefe –o jefa– se empeña en hacerlo(a) sentir mal, le grita y lo insulta, tiene una mirada asesina calibre 38, lo humilla frente a los demás trabajadores, lo amenaza con despedirlo por cualquier detalle, descalifica e invalida sus propuestas y opiniones, se ríe y se mofa de su apariencia física y/o utiliza palabras ofensivas en contra suyo, entonces frente a usted tiene a un tirano y no a un jefe capaz de respetar y apoyar a sus colaboradores. Menos aún, alguien a quien uno pudiese considerar un “líder”

Por lo tanto, lo más probable, es que el terror esté acechando en cada rincón de la oficina y lo único que los trabajadores quieren, es hacerle el quite a un sujeto incapaz de utilizar la autoridad legítima que le confiere el puesto que ocupa de una manera positiva, motivadora y constructiva.

De acuerdo con un estudio colombiano, una de cada treinta personas encaja con la personalidad del jefe(a) maltratador(a) y uno de cada seis trabajadores será víctima de este tipo de sujetos y de los abusos que ellos ejercen. 

Esto es tremendamente problemático, ya que ello crea un ambiente tóxico donde abunda el temor, la ansiedad, la inseguridad, la desmotivación y una falta de confianza total entre el jefe y los trabajadores, lo que trae como consecuencia diversos efectos y repercusiones negativas en la empresa, por cuanto, este tipo de jefatura lo que logra, es frenar cualquier tipo de motivación en la gente, el deseo de emprender nuevos proyectos o de esforzarse en el logro de ciertos objetivos.

Dado el hecho, que los jefes tiranos son incapaces de formar equipos de trabajo, la empresa se ve limitada a lo que el sujeto autoritario pueda hacer a punta de gritos y amenazas, por cuanto, su comportamiento inhibe, coarta y restringe el nivel de compromiso por parte de los colaboradores.

En este sentido, es muy distinto seguir a un líder que actúa de manera ética y respetuosa con su gente, y con el cual los trabajadores se identifican y establecen un vínculo de confianza, que obedecer a un tirano abusivo, irrespetuoso y maltratador.

Ahora bien, los trabajadores podrán detestar a su jefe(a) y odiar tener que levantarse para ir al trabajo cada mañana, pero intentarán seguir cumpliendo con sus labores de la mejor forma posible, si bien, los niveles de productividad y desempeño de los trabajadores se verán notablemente afectados por el alto nivel de estrés, miedo y rechazo que genera este tipo de sujetos en los colaboradores, lo que, naturalmente, va en detrimento de los intereses de la empresa.

¿Le interesa conocer a los tipos de “jefes-ogros” más comunes? Aquí le presento algunos de estos sujetos que han sido descritos por el experto en el tema, Harvey Hornstein, en su libro “Jefes brutales y sus presas”:

El jefe serpiente: es uno de los peores, ya que éste es un sujeto hipócrita que sonríe y alaba cuando está frente a nosotros, pero que luego –y a espaldas nuestras– habla mal del trabajo desempeñado. Siempre intenta quedar bien con la persona con la que habla y, de manera casi confidente, responsabiliza y culpa a todos los demás por las fallas del equipo de trabajo. Es un individuo que no pierde la menor oportunidad para perjudicar a sus colaboradores frente a jefaturas de mayor rango y autoridad.

El jefe gritón: ante la menor contrariedad o ante el menor error este individuo estalla de ira, comienza a gritar y a amenazar a su personal. Si bien luego del ataque rabioso puede que reflexione acerca de su mal proceder e intente abordar el problema suscitado de manera algo menos apasionada, ya es demasiado tarde y el daño ya está hecho.

El jefe controlador: puede ser frío con una hielera y a la hora de controlar cada detalle de la oficina se convierte en un verdadero campeón, al cual nada se le escapa. Quiere estar enterado de todo y desea liderar cada aspecto del trabajo; busca imponer su voluntad y sus apreciaciones, acallando otras voces y opiniones; desconfía de las capacidades de los colaboradores que lo rodean y toma el crédito por todo el buen trabajo que hacen sus subalternos ante los jefes de mayor jerarquía. Es un especialista en el juego de favorecer a malos empleados –que lo siguen y le rinden pleitesía– y de cortar cabezas de aquellos trabajadores que son eficientes, que realizan un buen trabajo y que él considera que pueden hacerle sombra.

El jefe malintencionado: es un sujeto que busca destruir la confianza de sus colaboradores por medio del uso de insinuaciones malévolas, ironías e insultos acerca de su trabajo y sobre la personalidad del empleado. Por lo general, esta fórmula es una suerte de estrategia defensiva que utiliza este anti-líder con la finalidad de ocultar sus propias debilidades, los malos resultados que obtiene y su incompetencia profesional. Su liderazgo es muy débil, pero lo afianza a punta de comentarios insidiosos en contra de sus subalternos, destruyendo su confianza y autoestima.

Tal como lo afirmaba Jack Welch, presidente ejecutivo de General Electric y uno de los gerentes más valorados de su tiempo, este tipo de sujetos son muy peligrosos para las empresas, ya que corroen la cultura organizacional de una compañía y pueden estar en condiciones de acabar con las empresas, de modo que los gerentes de más alto nivel tienen la obligación de identificarlos y liberarse de ellos lo antes posible. La razón es muy simple: aún cuando –a corto plazo– puedan ser sujetos muy productivos a punta de usar el látigo, los gritos y las amenazas con su gente, el enorme daño que provocan en el ambiente laboral de la empresa en el mediano y largo plazo puede ser, sencillamente, irreparable.

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